La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el suicidio como “un
acto con resultado letal, deliberadamente iniciado y realizado por la persona,
sabiendo y esperando su resultado letal y a través del cual pretende obtener
los cambios deseados”
La conducta suicida podría considerarse una continuidad que va
desde aspectos cognitivos como la ideación
suicida, hasta los conductuales, como el intento suicida o el suicidio.
La ideación suicida abarca un amplio campo de pensamiento que
puede adquirir las siguientes formas de presentación: el deseo de morir, la
representación suicida, la ideación suicida sin planeamiento de la acción, la
ideación suicida con un plan indeterminado, la ideación suicida con una
planificación determinada y en algunos casos una intensa preocupación
autodestructiva. El deseo de morir puede ser considerado el portal del
comportamiento autodestructivo y representa la inconformidad e insatisfacción
del individuo con su modo de vida en el momento actual.
Podríamos decir que el fenómeno suicida es un proceso que atraviesa por estadios: ideación, intencionalidad,
ejecución y consumación.
Los adolescentes deben lidiar con una variedad de problemas
psicosociales, consolidar un sentido de identidad y madurar cognoscitiva y
emocionalmente. Igualmente este período de transición representa un tiempo de
exploración de la identidad donde se experimentan cambios frecuentes en las
metas de vida, en los vínculos románticos, en las aspiraciones de trabajo o
estudio y en la visión del mundo. Estos eventos pueden facilitar que algunos
adolescentes cursen con síntomas
depresivos o conductas suicidas por la inhabilidad de enfrentar cambios
biológicos y psicosociales que ocurren durante este período crucial del
desarrollo. También, los adolescentes pueden utilizar conductas desadaptativas
aprendidas para dirigir su inconformidad asociada a sus rápidas experiencias de
cambios.
En este fenómeno, son frecuentes los signos
de alarma o advertencias que incluyen pensamientos autodestructivos,
escritos sobre temas de muerte, cambios bruscos en la conducta o en sus
necesidades de sueño o alimentación, deterioro académico o social, sentimientos
de culpa, etc. Estos signos podrían propiciar la conducta suicida a largo
plazo, pero hay otros elementos llamados los estresores crónicos que son factores que predisponen a largo plazo
a algunos jóvenes y no necesariamente a otros a la realización de un acto
suicida entre los que se incluyen: pérdida temprana de alguno de los
progenitores por muerte, separación o divorcio; dificultades en la comunicación
familiar; abuso de sustancias; dificultades escolares; disfuncionalidad
familiar; violencia doméstica; inadaptación social; enfermedad física o incapacitante,
etc.
Las amenazas y los gestos suicidas
generalmente son subestimadas, devaluadas e incluso ignoradas por las figuras
significativas a quienes se pretende hacer llegar el mensaje del sufrimiento
que se está padeciendo, sin que estas personas tengan en cuenta que ambas son
manifestaciones muy frecuentes de la comunicación suicida.