lunes, 11 de febrero de 2013

La ansiedad en la adolescencia

En términos generales, podemos hablar de dos tipos de ansiedad: aquella que resulta facilitadora, activadora e incluso motivadora hacia un buen rendimiento, y aquella que perturba la correcta ejecución de las actividades sencillas o complejas, nuevas o familiares.
La ansiedad se produce como una reacción natural en todas las edades, pudiendo ser beneficioso cuando permite la protección ante estímulos de riesgo o peligro. En la actualidad, cientos de estudios revelan el incremento de la depresión y la ansiedad en etapas cada vez más tempranas de la vida.
Asimismo, se han identificado diferencias significativas entre los adolescentes varones y mujeres. No solo existe una prevalencia significativa de ansiedad en las adolescentes mujeres, sino también un mayor número de síntomas fisiológicos a diferencias de los adolescentes varones, quienes manifiestan conductas de evitación y/o escape en respuesta a su ansiedad. No se han hallado diferencias en cuanto a la edad.
No podemos negar que el factor genético (herencia) es altamente predisponente; sin embargo, es necesario analizar las variables ambientales y culturales que los afectan. Un elemento importante es el cambio de roles que exige la sociedad actual, en la cual el nivel de competitividad alcanza niveles tan altos donde aquellos que cometen errores o no llegan a la excelencia, se quedan en el camino. Los adolescentes ansiosos suelen invertir mucho esfuerzo en actividades académicas y no siempre este esfuerzo los conduce al éxito. Generalmente son más eficientes en actividades cooperativas que en las de competencia ya que ven estas como situaciones altamente amenazantes. El adolescente se percibe sin recursos a pesar de tenerlos, obstaculizando su posibilidad de manejar inteligentemente la información que posee o la habilidad con la que cuenta, tomando incluso decisiones inadecuadas, apresuradas y poco reflexivas. Asimismo, se produce una distorsión de la percepción que lo lleva a magnificar las amenazas y minimizar sus competencias.
Algunas de las consecuencias incluyen la tendencia a responder con miedo, incremento de las sensaciones físicas, dificultades para la concentración, deterioro social y académico, indecisión, intolerancia a la incertidumbre, pesimismo, pensamientos amenazantes, creencias rígidas, entre otras.
Estos datos arrojados por los estudios podrían ser utilizados por profesores, psicólogos escolares y psicólogos clínicos e incluso padres de familia. Resultaría útil tomarlos en cuenta para desarrollar acciones preventivas y de intervención más eficaces.